¿Adiós a Abengoa?

La multinacional española mantiene la huida hacia adelante y se da de plazo hasta finales de julio para llegar a un acuerdo con sus acreedores. Donde dije digo, digo Diego. Lo que hacía unas semanas parecía un ultimátum ahora resulta que era un teatro forzado. Tal vez confiaban en que el Estado les rescatase o en que sus acreedores temblasen de miedo, pero no lo han conseguido. O, por lo menos, no en el plazo que se habían fijado.

En junio la empresa ya adelantaba que no podría pagar la totalidad de las nóminas de sus empleados debido a los problemas de liquidez que atraviesa. Ahora, anuncia que la paga extra de verano no se pagará. Para ser estrictos, han dicho que no se abonará ahora mismo. Para ser realistas, mejor mantener el "no se pagará". De hecho, para mantener el realismo, mejor redactar los titulares de los periódicos desde cero: el problema de Abengoa no es la liquidez, que dicho así da la impresión de que fuesen a cobrar la lotería la semana que viene. El problema de Abengoa es que es una empresa zombie: ni más, ni menos.




Todo empezó en 2014, cuando los mercados se dieron cuenta de que el balance de la cotizada tenía más parecido con las ruinas de una ciudad antigua que con una organización rentable, sólida y con futuro. La deuda se había expandido demasiado. A finales de 2014, el balance era de más de 25.000 millones de euros, frente a los 18.000 al término de 2011. Este crecimiento de 7.000 millones se concentró mayoritariamente en el pasivo: el patrimonio neto aumentó en apenas 800 millones.

En 2015, cuando el deterioro de las actividades de Abengoa era ya demasiado evidente, la firma se vio obligada a aumentar capital por valor de 650 millones de euros. Parecía que había un acuerdo firme con Gestamp, que pondría sobre la mesa 350 millones de euros para hacerse con el 28% de la sociedad y convertirse en accionista mayoritario. Al final, no hubo acuerdo. Gestamp se echó atrás y los bancos continuaron a lo suyo en Abengoa.

En 2016 llegó el primer rescate. El Estado español (léase "los contribuyentes españoles") condonó a Abengoa un total de 250 millones de euros a cambio de convertir la deuda en acciones. Para lo que ha servido, no ha sido demasiado inteligente. Y en 2018 volvía a solicitarse otro rescate. Ahora, dos años después, vamos a por el tercero, si es que se materializa.

Una de las grandes flaquezas de Abengoa fue su máximo exponente, Felipe Benjumea. Como si de una mala parodia de los davidianos de Waco se tratase, su figura era intocable, y su palabra, ley. De hecho, puede que el destino de la empresa hubiese sido bien distinto si Benjumea no se hubiese mostrado tan reticente a diluir su poder en la empresa con ampliaciones de capital sanas, en lugar de recurrir a un apalancamiento excesivo.

Basta ver un gráfico de la cotización de cualquiera de sus clases de acciones. Aquí se muestran las de clase A (ticker $ABG), con un descenso permanente de su valor en los últimos años:




Sus informes financieros son desoladores. El patrimonio neto de la empresa al cierre del ejercicio 2018 era de -4.251.016.000€. Sí, con el símbolo "-" delante. Por comparar, su activo total no llega a los 4.000 millones.

Abengoa es una empresa que lleva años mantenida a flote gracias a una respiración artificial que vacía los bolsillos de los contribuyentes productivos para destinar ese dinero a insuflar algo de vida a una estructura moribunda. ¿Estamos, por fin, ante el adiós definitivo?

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