¿Invertir ahora o esperar?

Por Daniel García.

Probablemente muchos pequeños inversores se estén preguntando si los mercados ya han caído lo suficiente como para trasladar sus ahorros a la Bolsa. De no ser así, es posible "comerse" el desplome y eso es algo que a nadie le gustaría. ¿Podrían unos pocos meses de espera ser rentables?

La respuesta es que realmente no. Partiendo de la idea de que nunca vamos a lograr discernir cuál es el valle de una crisis, no merece la pena jugar a ser Dios e intentar posponer el momento. Probablemente aquí el sesgo de complejidad tenga mucho que ver. El ser humano usa recurrentemente y muchas veces de forma inconsciente la creencia de que un problema es más difícil de lo que realmente es. Así, posterga su resolución y no se enfrenta a ello, algo que le causaría incomodidad y esfuerzo. Al procrastinarlo, la visión de esa "desutilidad" por trabajar en el asunto desaparece, por lo que siempre existe el incentivo de ejecutar esta acción sine die.

A la hora de invertir, esto puede tener efectos muy desventajosos, puesto que además se mezcla con la aversión a la pérdida que alberga cualquier persona. Depositar dinero en un fondo de inversión es muy fácil mientras existen rendimientos positivos y muy difícil cuando se soportan pérdidas. Pero las recomendaciones de cualquier profesional apuntan a comportarse de manera exactamente opuesta.

En una situación como la actual, con un virus azotando el mundo e incertidumbre máxima no solo sobre las cuestiones sanitarias (número de víctimas, fecha de la vacuna, segunda o incluso tercera ola...), sino también sobre los asuntos económicos (alcance y duración del desplome de la actividad, medidas políticas extraordinarias...), es perfectamente normal que algo así aparezca. Cualquiera puede estar tentado a esperar para que "todo se aclare". Pero no es lo correcto. Por supuesto, si se espera un día y se tiene la suerte de que en ese lapso temporal la Bolsa baja un 10%, el inversor saldrá beneficiado. Pero esto no es lo más normal.

La historia real, más bien, es la de esperar unas semanas. Pero se publican noticias que vierten más incertidumbre, y se espera otras semanas. Pero entonces ocurre cualquier otro hecho con el que se prefiere aguardar, y se vuelve a esperar otras semanas... Y así hasta el infinito. Porque cuando la economía crezca con vigor y esté claro que la crisis ha pasado, ninguno de nosotros será el primero en ser más rápido que el mercado y aprovecharse de la situación. Eso sí es seguro.





El gráfico anterior muestra qué pasaría si alguien tuviese mala suerte y sufriera una importante pérdida del valor de su cartera con el índice S&P 500. Este alguien (línea azul) llegaría a ver cómo más de la mitad de su dinero inicial se evaporaba debido a la crisis financiera. No obstante, después de 13 años tendría el doble en su cuenta. O lo que es lo mismo, una rentabilidad anualizada del 5,5%.

Si un inversor con suerte, representado por la línea amarilla, llega a invertir su dinero un año después, cuando el primer inversor llega a soportar pérdidas del 5%, acabaría este periodo con 2,11 veces el dinero que depositó en un primer momento. Algo mayor que en el caso anterior, pero tampoco nada extraordinario. De hecho, lograr ese porcentaje de descuento no es lo esperable. Equivale a una rentabilidad anualizada del 6,4%.

El último inversor, el verde, es el más extraordinario de los tres. Se lanza a la piscina dos años después que el primero y termina multiplicando sus fondos iniciales por 2,45. Obtiene casi un 9,4% de rentabilidad anualizada. Casi cuatro puntos porcentuales más que el primero. Pero, ¿ha merecido la pena? Si la cartera inicial de todos ellos hubiese sido de 10.000€, el primero hubiese acabado con 20.058€, el segundo con 21.111€ y el tercero con 24.505€. Pero hubiese tenido que mirar todos los días la Bolsa, devanarse los sesos pensando en cuándo sería un buen momento y aguantar tensiones. Y eso que en este ejercicio hemos excluido la posibilidad de realizar aportaciones periódicas, algo que habría suavizado las diferencias enormemente, puesto que los inversores azul y amarillo hubiesen sido capaces de seguir comprando mientras los precios se abarataban.

En lo que atañe a la inversión, no hay un momento que perder. De hecho, exponerse a unos números rojos pasajeros puede ser incluso un buen ejercicio para "hacer callo" y domar la traicionera aversión a las pérdidas. Si todo va mal y se continúa comprando, uno puede darse con un canto en los dientes y dormir a pierna suelta.

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